sábado, 9 de abril de 2011

Pío Baroja, ¿misógino?

Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, dijo en una ocasión el fiel servidor de Adolf Hitler, Joseph Goebbels. Desde que tengo uso de razón, he escuchado decir que Pío Baroja era misógino. Misógino, según la RAE, quiere decir: Que odia a las mujeres, manifiesta aversión hacia ellas o rehúye su trato. Acabo de hacer una relectura, ¡doce años después!, de La Busca (1904), del afamado escritor donostiarra. Todavía recuerdo como el libro de literatura de COU, al referirse a Baroja, nos hablaba del odio endémico de este ilustre vasco sentia por las mujeres. ¡Qué tonto he sido todos estos años al creerlo a pie juntillas! Leí en su momento el libro, pero no me enteré de nada; somaticé la rabia de la profesora de Literatura y el libro de la asignatura, y a base de múltiples repeticiones, la misoginia de don Pío se convirtió en verdad.
Tras muchos años, solo puedo decir una cosa: esa gente no tenía ni idea de lo avanzado del pensamiento del escritor. Se ha cometido una terrible injusticia histórica con él, y su memoria debe ser restaurada. ¿Por qué digo esto? Porque el propio Baroja me lo ha dicho en La Busca. En la tercera parte, capítulo cuarto, unas palabras de Vidal, primo del protagonista de la historia y alter ego del amanuense, Manuel, se refiere con desprecio a uno de los protagonistas (el Bizco) por menospreciar a una mujer, de unos cincuenta años de edad, llamada Dolores, y conocida como la Escandalosa, con la que convive:
-Gracias a Dios que se va ese tío –murmuró Vidal.
-¿Estás reñido con él?
-Es un tío bestia. Vive con la Escandalosa, que es una vieja zorra; es verdad que tiene lo menos sesenta años y gasta lo que roba con sus queridos; pero bueno, le alimenta y él debe considerarla; pues nada, anda siempre con ella a puntapiés y a puñetazos y la pincha con el puñal, y hasta una vez ha calentado un hierro y la ha querido quemar. Bueno que la quite el dinero; pero eso de quemarla, ¿para qué?
Voy a citar otro párrafo, sin duda polémico, de la segunda parte, capítulo octavo, que hay que leerlo con perspectiva y sin prejuicio alguno. Recordemos que el libro está escrito en 1904. Nuestro protagonista mantiene una conversación con su primo Leandro sobre Milagros, la Milagros, exnovia de este último:
-¿Tú crees –dijo- que si una mujer le engaña a un hombre no tiene uno el derecho de matarla?
-Yo creo que no –contestó Manuel, mirando a Leandro a los ojos.
-Pues cuando un hombre tiene riñones, lo hace con derecho o sin él.
-Pero ¡moler! ¿A ti te ha engañado la Milagros? ¿Estabas casado con ella? Habéis reñido, y nada más.
-Yo voy a concluir haciendo una barbaridad –murmuró Leandro.
Un párrafo terrible, sin duda alguna, y podríamos pensar que eran otros tiempos, pero en los albores del siglo XXI, seguimos en España con esta terrible lacra.
Baroja, pone en palabras de Leandro, el pensamiento opresor y machista de una parte de la sociedad española de aquel entonces. A través de Manuel, critica esta deleznable conducta.
Si Baroja levantara la cabeza, volvería a criticar lo que vio entonces, puesto que el panorama no ha cambiado tanto.
Baroja no era machista, comprendía la injusticia que sufrían las mujeres en una sociedad patriarcal, y con ayuda de su pluma ingente, trató de igualar en sus textos a hombres y mujeres en derechos y obligaciones.
Solo decir que era un avanzado a su época, un visionario, y que la crítica lo ha tachado injustamente de misógino y... misántropo. Desde esta tribuna, le quiero rendir un pequeñísimo homenaje póstumo. ¡Gracias don Pío por haber sido tan íntegro!

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