viernes, 19 de julio de 2013

Pío Baroja pasional

Mucho se ha hablado –injustamente- de que Pío Baroja era misógino, antisemita, malcarado; vamos, ¡un ogro de tomo y lomo! Pero, ¿realmente lo fue? Ojeando-releyendo El árbol de la ciencia (Ed. Cátedra), cualquiera diría que Andrés Hurtado (alter ego del propio Baroja) lo fuera. ¿Por qué digo esto? No negaré el carácter antisocial de Hurtado/Baroja a lo largo de la novela, pero en el fondo, es un buen tipo. Hosco, si, pero hecho de buena pasta. El final de la obra, triste, nos confirma que el hombre huraño no lo era tanto. Muerto el hijo que esperaba junto a su esposa Lulú, el ogro, no duda un momento en quitarse la vida por semejante tristeza. ¿Por qué los malos críticos –literarios- de la obra barojiana insisten en colgarle el sambenito de la carencia de sentimientos? Baroja, sin ser un Azorín, un Pérez de Ayala, o un Miró (Gabriel), en cuanto al dominio del idioma se refiere, consigue elevarse por encima de todos los escritores de su generación (Azorín la bautizó como “la del 98”), y lo hace justamente a través de sus sentimientos e impresiones. El hombre frío y cerebral resulta que no lo era tanto.