Después se habló de la muerte del
presidente y de la ejecución próxima del anarquista su matador. Todo el mundo
abominaba de éste, considerándolo como una fiera rabiosa a quien había que
exterminar y someter al tormento.
Jaime lo defendió con entusiasmo; para
él era un romántico, un idealista, y pasaría a la historia en calidad de héroe.
Nadie le tomó en serio.
Pío Baroja,
autor irrepetible de las letras españolas, dejó escrito esto sobre Michele
Angiolillo en su novela: Las noches del Buen Retiro (Tusquest Editores, Barcelona, 2006).
La historia
no ha conservado la memoria de Angiolillo, es más, se la ha tragado como a
todos nos pasará algún día con nuestro recuerdo como personas que una vez pasamos por el mundo. El romántico e idealista Baroja, haciendo acopio de energía literaria, aprovechó esta
novela concluida en Itzea (Guipúzcoa), en octubre del año 1933, para recordar
la figura –imagino que ya olvidada treinta y seis años después de su ejecución
(recordemos que Angiolillo murió en agosto de 1897)- del ilustre asesino de
Cánovas del Castillo; del que, sirviéndose de su alter ego en la novela, Jaime Thierry, hacer decir sobre el mismo: como político le parecía perjudicial y como
literato e historiador muy malo y de última fila.