domingo, 4 de diciembre de 2016

Amor por la escritura


Mi fascinación por la Literatura tiene un componente temporal. ¿Cómo dejar constancia de mi paso por el mundo sin haber desarrollado habilidades más allá de la escritura? Mi formación académica resulta del todo anecdótica. Ahora bien, empecé a sentir fascinación por las letras de manera tardía. Cuando estaba finalizando una larga e infructuosa carrera de Derecho en la Universidad de Barcelona, tropecé con dos profesores que, de alguna manera, marcaron felizmente mi amor por la escritura. Una profesora de lengua catalana muy voluntariosa y un profesor de filosofía que entroncaba con el pasado literario glorioso de la facultad (algunos miembros de la Generación del 50 pasaron por aquellas aulas) más allá de Josep Pla. Fue justamente allí, en el ocaso de mi carrera académica, cuando reflexioné sobre mi desdén, durante años, por la literatura, no así, sin embargo, por el microcosmos relativo a todo lo que tenga que ver con el mundo del libro y los escritores. Conocer anécdotas varias sobre Verlaine, London, Baroja, Cela, etc., siempre me ha parecido curioso. Ahora bien, no me sentía realizado en absoluto; sin embargo…, acumular stock literario es bonito. Buscar primeras ediciones de libros olvidados es como buscar un tesoro. Buscar erratas de imprenta en manuscritos es peccato di Cardinale para un bibliófilo. Conseguí romper esta fascinación gracias a la influencia de estos maestros que antes mencionaba. Creo que solo se lo agradecí, tiempo después, a la primera.

Decidí abrir un blog que lleva por nombre Un hombre para todas las horas. El título pretende rendir tributo a Tomás Moro. La temática es variada: gastronomía, historia, literatura y política. Temas modestos que me permitían recrearme alegremente en la materia: escribir. Poco tiempo después escribí un libro de misterio sin misterio. Un auténtico fracaso. Lo envié a una editorial digital estadounidense radicada en Barcelona y su respuesta no se hizo esperar: la historia resultaba poco creíble. Pero la crítica no acabó ahí. También me recomendaron apuntarme a una academia.

Soy una persona que suele encajar bastante bien las críticas de los demás. El motivo, huelga decir, es mi falta de interés por las mismas. Haber sido una víctima de las mismas durante mi infancia y primera juventud me ha insensibilizado lo suficiente como para saber que, en muchos casos, las criticas tienen un componente, en muchos casos, de aburrimiento total por parte del que las pronuncia. No se trata de una coraza que he construido a lo largo de los años, más bien lo contrario. He comprendido, finalmente, que el ser humano no vive entre la eterna dicotomía entre el bien el mal. Se trata de un reduccionismo milenario que arrastramos desde tiempos inmemoriales. Cosas de la cultura. Algunos dicen que libera, otros que esclaviza.

Pero no quiero irme por los cerros de Úbeda. La crítica no era agresiva. Me hizo reflexionar sobre el método empleado para la redacción de la misma. Antes de cambiarlo decidí borrar de un plumazo cualquier huella de mi novela. Quiero apuntar que la escribí en formato Word. Resultaba muy poco creíble y descriptiva. Hay que reconocer que la historia de caía por momentos. Mi nuevo propósito era el siguiente: escribir algo que resultara creíble, que saliera de mí y, dicho de paso, optar por un formato de escritura más rudimentario, es decir, hacerlo a mano. Compré libreta y lápiz. El tema elegido para escribir fue sacado de un libro de memorias de mi admirado Don Pío, que diría Cela. ¡Ahí está el testimonio de mi amor por las anécdotas de escritores! Escribiría una novela ironizando sobre el clásico romántico de Goethe, Werther. Baroja dejó escrito que resultaba mucho peor un dolor de muelas que el amor no correspondido de un enamorado. Grosso modo, ahí estaba el germen de Diario de un joven desventurado. Sirviéndome, nuevamente, de mi conocimiento sobre anécdotas de escritores, me serví, en este caso, del antijudaísmo de Jean Genet para convertirlo en el incuestionable amigo del personaje principal de la novela, un judío asimilado de nombre Werther.

Llamé a la puerta de una editorial en donde había realizado prácticas durante la carrera y su respuesta afirmativa no se hizo esperar. Aprobaron el proyecto. Fue un momento feliz para mí. Me sentí, como vulgarmente se dice, en una nube. Rápidamente me puse a escribir otra novela…, otra vez en formato Word. La coloqué rápido en una editorial alemana. Fue un desastre desde el principio. Ha sido mi otro gran error. ¡Maldita costumbre la mía en precipitarme! Sin apenas corregir y releer, la envié tal cual. No quiero extenderme mucho sobre el tema. No estoy orgulloso.

Años después volvería a escribir otra novela. Ha sido la más autobiográfica de todas. Me siento especialmente orgulloso de ella. Para mi desgracia no he conseguido publicarla todavía. Llevo ya dos años en este estado.

Tras dos años sin apenas escribir y alejado, totalmente, del mundo abstracto de las ideas, vuelvo a sentir la necesidad de explicar lo que siento. Escribir novelas me alejó del blog y, lamentablemente, ya lleva abandonado demasiado tiempo. Creo que ya va siendo hora de que lo actualice o, en su defecto, retome el gusto por la escritura en general.

Acabo esta perorata como comencé el texto: ¿cómo dejar constancia de mí paso por la vida? La respuesta es sencilla: escribiendo.