Mi fascinación por la Literatura tiene
un componente temporal. ¿Cómo dejar constancia de mi paso por el mundo sin
haber desarrollado habilidades más allá de la escritura? Mi formación académica
resulta del todo anecdótica. Ahora bien, empecé a sentir fascinación por las letras
de manera tardía. Cuando estaba finalizando una larga e infructuosa carrera de
Derecho en la Universidad de Barcelona, tropecé con dos profesores que, de
alguna manera, marcaron felizmente mi amor por la escritura. Una profesora de
lengua catalana muy voluntariosa y un profesor de filosofía que entroncaba con
el pasado literario glorioso de la facultad (algunos miembros de la Generación del 50 pasaron por aquellas
aulas) más allá de Josep Pla. Fue justamente allí, en el ocaso de mi carrera
académica, cuando reflexioné sobre mi desdén,
durante años, por la literatura, no así, sin embargo, por el microcosmos
relativo a todo lo que tenga que ver con el mundo del libro y los escritores.
Conocer anécdotas varias sobre Verlaine, London, Baroja, Cela, etc., siempre me
ha parecido curioso. Ahora bien, no me sentía realizado en absoluto; sin
embargo…, acumular stock literario es
bonito. Buscar primeras ediciones de libros olvidados es como buscar un tesoro.
Buscar erratas de imprenta en manuscritos es peccato di Cardinale para un
bibliófilo. Conseguí romper esta fascinación gracias a la influencia de estos
maestros que antes mencionaba. Creo que solo se lo agradecí, tiempo después, a
la primera.
Decidí abrir un blog que lleva por nombre Un hombre
para todas las horas. El título pretende rendir tributo a Tomás Moro. La
temática es variada: gastronomía, historia, literatura y política. Temas
modestos que me permitían recrearme alegremente en la materia: escribir. Poco tiempo
después escribí un libro de misterio sin misterio. Un auténtico fracaso. Lo
envié a una editorial digital estadounidense radicada en Barcelona y su
respuesta no se hizo esperar: la historia resultaba poco creíble. Pero la
crítica no acabó ahí. También me recomendaron apuntarme a una academia.
Soy una persona que suele encajar
bastante bien las críticas de los demás. El motivo, huelga decir, es mi falta
de interés por las mismas. Haber sido una víctima de las mismas durante mi
infancia y primera juventud me ha insensibilizado lo suficiente como para saber
que, en muchos casos, las criticas tienen un componente, en muchos casos, de
aburrimiento total por parte del que las pronuncia. No se trata de una coraza
que he construido a lo largo de los años, más bien lo contrario. He comprendido,
finalmente, que el ser humano no vive entre la eterna dicotomía entre el bien
el mal. Se trata de un reduccionismo milenario que arrastramos desde tiempos
inmemoriales. Cosas de la cultura. Algunos dicen que libera, otros que
esclaviza.
Pero no quiero irme por los cerros de
Úbeda. La crítica no era agresiva. Me hizo reflexionar sobre el método empleado
para la redacción de la misma. Antes de cambiarlo decidí borrar de un plumazo
cualquier huella de mi novela. Quiero apuntar que la escribí en formato Word. Resultaba muy poco creíble y descriptiva.
Hay que reconocer que la historia de caía por momentos. Mi nuevo propósito era
el siguiente: escribir algo que resultara creíble, que saliera de mí y, dicho
de paso, optar por un formato de escritura más rudimentario, es decir, hacerlo
a mano. Compré libreta y lápiz. El tema elegido para escribir fue sacado de un
libro de memorias de mi admirado Don Pío,
que diría Cela. ¡Ahí está el testimonio de mi amor por las anécdotas de
escritores! Escribiría una novela ironizando sobre el clásico romántico de
Goethe, Werther. Baroja dejó escrito
que resultaba mucho peor un dolor de muelas que el amor no correspondido de un
enamorado. Grosso modo, ahí estaba el
germen de Diario de un joven desventurado.
Sirviéndome, nuevamente, de mi conocimiento sobre anécdotas de escritores, me
serví, en este caso, del antijudaísmo de Jean Genet para convertirlo en el
incuestionable amigo del personaje principal de la novela, un judío asimilado de nombre Werther.
Llamé a la puerta de una editorial en
donde había realizado prácticas durante la carrera y su respuesta afirmativa no
se hizo esperar. Aprobaron el proyecto. Fue un momento feliz para mí. Me sentí,
como vulgarmente se dice, en una nube. Rápidamente me puse a escribir otra
novela…, otra vez en formato Word. La
coloqué rápido en una editorial alemana. Fue un desastre desde el principio. Ha
sido mi otro gran error. ¡Maldita costumbre la mía en precipitarme! Sin apenas
corregir y releer, la envié tal cual. No quiero extenderme mucho sobre el tema.
No estoy orgulloso.
Años después volvería a escribir otra
novela. Ha sido la más autobiográfica de todas. Me siento especialmente
orgulloso de ella. Para mi desgracia no he conseguido publicarla todavía. Llevo
ya dos años en este estado.
Tras dos años sin apenas escribir y
alejado, totalmente, del mundo abstracto de las ideas, vuelvo a sentir la
necesidad de explicar lo que siento. Escribir novelas me alejó del blog y, lamentablemente, ya lleva
abandonado demasiado tiempo. Creo que ya va siendo hora de que lo actualice o,
en su defecto, retome el gusto por la escritura en general.
Acabo esta perorata como comencé el
texto: ¿cómo dejar constancia de mí paso por la vida? La respuesta es sencilla:
escribiendo.