El Libro de Kells se encuentra en la impresionante biblioteca del Trinity College de Dublín, Irlanda. Es un manuscrito de finales del s. VI d.C., y su valor es incalculable. Fueron los monjes de la abadía de Kells, en el Condado de Meath, los que adaptaron los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento a la grafía céltica. Sin duda, resulta curioso pensar lo que le debemos los occidentales a esos monjes del medievo irlandés, sobretodo los amantes de la escritura y literatura, ya no solo por sus majestuosos textos, si no también por haber brindado a la Europa occidental de los siglos VII, VIII y IX, la ortografía tan necesaria para hacer entendible los textos se producían antaño. Pensemos que estos monjes al ser enviados a la Europa continental a evangelizar, desconocían el latín vulgar, que luego acabarían siendo las lenguas romances, como el franco-provenzal, el italiano, el castellano, el catalán, el galaico-portugués, etc. Esos proto-idiomas se escribían a la usanza latina, es decir, seguido, sin ninguna señal en el texto que lo interrumpiera –se leía como se hablaba, algo completamente lógico, aunque nos parezca extraño-. Pensemos en un texto cualquiera de Virgilio escrito en latín clásico: “CONTUCUEREOMNESINTENTIQUEORATENEBANT”. El éxito monacal irlandés fue hacer de un texto en latín clásico o vulgar algo legible: “CONTUCUERE OMNES INTENTIQUE ORA TENEBANT”.
Desde el principio,estamos realizando un viaje iniciático de aprendizaje y reflexión,pero lo más importante es que subyace en nosotros,hasta en la evolución de la lengua hablada y escrita,un sentido mítico y globalizador.
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