lunes, 22 de noviembre de 2010

Camelot hecho pedazos


Hoy se cumplen cuarenta y siete años del asesinato de John Kennedy, que supuso el final de los años dorados de Camelot. Su gobierno pasó momentos muy duros, de máximo enfrentamiento entre los EEUU y la URSS, como en el incidente de los misiles de Cuba. Heredó de la Administración anterior, un proyecto de invasión de la isla de Cuba, liderada por la CIA y fuerzas cubanas -en el exilio- opositoras al régimen dictatorial de Fidel Castro, que a la postre se convertiría en la china de su zapato.
¿Qué queda del legado de Jack Kennedy? ¿El embargo a Cuba, ideado por Robert McNamara?, ¿su legado como mujeriego?, ¿su matrimonio glamoroso con Jackie Kennedy, de triste recuerdo, representado e imitado por Nicolas Sarkozy y Carla Bruni?, ¿Marilyn Monroe? etcétera, etcétera.
Como político, poco que decir, salvo en un punto del todo importante: la ley de defensa de los consumidores, de 15 de marzo de 1962. Un auténtico hito en la lucha de los particulares frente a las grandes empresas, y sus contratos (leoninos) en masa, que jamás valoran las circunstancias personales del usuario.
De sobras es conocida su admiración por los grandes hombres de la historia, y dentro de este generalismo, una particularidad: Winston Spencer Churchill. El León británico, enfant terrible de la política británica e internacional, había asumido muchos galones a lo largo de su trayectoria política y vital, a pesar de sus reveses iniciales, como en el frustrado intento de tomar Gallipoli (matanza absurda de soldados británicos, que fueron llevados al matadero inútilmente por la predictibilidad de Churchill, enamorado de la antigüedad, y sus batallas; y que el ejército otomano destrozó sin ambages, gracias a su buena preparación), y que por poco le cuesta la carrera como político.
La admiración que sentía por Churchill, chocaría con el odio que sentía este mismo por el padre de Jack, Joe; que durante los años previos al inicio de la II Guerra Mundial, cuando fue designado, a dedo, por F.D.Roosevelt, embajador de los EEUU en el Reino Unido –en los noventa, Bill Clinton, admirador precisamente de John Kennedy, nombraría a su hermana Jane, embajadora de los EEUU en la República de Irlanda, también a dedo, y que tuve el placer de conocer, gracias a Father Michael Ross, en el verano de 1994, y que no dudó en reconocernos este nombramiento-, mostró sus simpatías por la Alemania de Hitler. Gracias a Fabián Estapé, introductor en España de la obra de Galbraith –que fuera embajador de los EEUU en la India, precisamente durante la Adminstración de Kennedy-, sabemos de las simpatías de estos (los Kennedy), por los regímenes totalitarios occidentales (el propio Jack Kennedy jamás vio con malos ojos al general y dictador Franco, ya que durante los años treinta se dedicó a conocer Europa en coche, con un amigo, y por lo que sabemos, estuvo en España durante la guerra fratricida).
Durante los años 1954 y 1955, mientras era un joven senador, escribió –las malas lenguas dicen que le escribieron- Profiles in courage, por lo que le dieron el premio Pullitzer en el año 1956. Escogió ocho nombres históricos de la historia política norteamericana: John Quincy Adams, Daniel Webster, Thomas Hart Benton, Sam Houston, Edmund G.Ross, Lucius Quintus Cincinnatus Lamar (el nombre ya conocido en la Roma monárquica, clamaba por volver a dejar el arado, para así defender a la patria, aunque fuera en unas circunstancias distintas), George Norris y Robert A. Taft. Como apuntaba antes, los grandes nombres de la historia política, hacían temblar de emoción al presidente Kennedy.
Para concluir, decir que catalogo a Kennedy como a un político neoromántico y sobrevalorado. Su hermano Robert estaba mejor preparado que él, y hubiera sido un grandísimo presidente de los EEUU, precisamente por que era un hombre fuerte. Cualquier acto de Jack, estaba sobredimensionado, lo que desvirtuaba sus acciones.
Sobre su asesinato, diré que me parece una temeridad hacer recaer sobre un chaval de veinticuatro años, Lee H. Oswald, la responsabilidad única sobre el magnicidio. No entiendo como la Comisión Warren no valoró esta posibilidad, y el presidente Lyndon B. Johnson, en su memorias (The vantage point. Perspectives of the Presideny, 1963-1969), se afanó en liberarse de cualquier carga o remordimiento sobre el asesinato de John Kennedy, nombrando como miembros de esa Comisión a dos nombres solicitados expresamente por Bobby Kennedy: Allen Dulles (antiguo director de la CIA) y John McCloy. Me gustaría rescatar una frase de Johnson acerca de la Comisión: la Comisión Warren actuó en una época muy crítica de nuestra historia. Considero justo decir que la Comisión trabajó, en todo momento, libre de apasionamientos y con objetividad. Poco más que decir.
Cambiando de tercio, y para concluir de una vez por todas, decir que el 22 de noviembre de 1916, moría también un gran romántico estadounidense: Jack London.
Una gaviota no hace verano, pero dos… parece ser que este día, y este mes, están gafados para los románticos estadounidenses.

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