viernes, 29 de enero de 2010

Protestantismo político

Queda muy lejos en el tiempo el legado de Martín Lutero y Juan Calvino, cuando estos decidieron "romper" la homogeneidad de la cristiandad, allá por el siglo XVI. Gracias a ellos, la Iglesia Católica adoptó las tan esperadas reformas -Concilio de Trento- modelando la cristiandad según los nuevos tiempos que corrían, es decir, la protoglobalización.
España, aunque parezca mentira -los españoles por algún extraño motivo, siempre nos hacemos de menos- se había avanzado a tanto reformismo europeo, en parte gracias a Francisco Jiménez de Cisneros, también conocido como cardenal Cisneros, apenas un siglo antes.
Reza un viejo eslogan que "hay que renovarse o morir", y nuestros antepasados lo hicieron para sobrevivir. "Todo tiene que cambiar, para que todo siga igual", nos dice Lampedusa en su célebre El Gatopardo.
De nuevo en España, aunque en el siglo XXI, vemos como la casta religiosa católica está perdiendo la devoción de sus fieles. Las ovejas, el rebaño está dejando de lado a su pastor. La masa, esa sociedad de masas producto de las revoluciones industriales de los siglos XIX y XX, han abocado a la Iglesia a un abismo. Pero la Iglesia de Pedro no es el asunto de estas aburridas líneas, el tema es el siguiente: no solo tenemos los españoles pastores religiosos -quién los quiera tener, claró está-, sino que también los tenemos políticos. Un reciente informe del CIS (diciembre de 2009) nos dice que la clase política española es el tercer mayor problema que hay en este país, justo por detrás del desempleo y la economía.
Este hartazgo, que compartimos con la mayoría de nuestros compatriotas, debería servirnos para plantearnos una auténtica reforma de la democracia en España, y por que no, también en el mundo. ¿Necesitamos a los políticos? Los políticos me recuerdan a los letrados o abogados. Dice un magistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona, que estos no son necesarios, ya que la ciudadanía podría acudir directamente a los tribunales. Si acudimos a la representación legal, sin olvidar la procesal, lo hacemos por comodidad, como si salíesemos a comer fuera de casa, ya que no queremos hacer la comida y fregar luego los platos. ¡Somos demasiado comodos! Seguro que más de uno también pensará en la nomenclatura necesaria para acudir a los tribunales: ¿qué és un contrato de comodato? ¿qué es una hipoteca? ¿qué quiere decir "las costas del proceso"? Por comodidad, por no querer saber lo que sucede a nuestro alrededor, acudimos en busca de apoyo legal. Craso error, sin duda. Nuestra poca cultura democrática -el hombre es un lobo para el hombre- nos obliga a recurrir a la "ayuda" de estos profesionales. Recurrimos a ellos para realizar contratos de compra-venta, contratos laborales, etc... también, logicamente, para sentirnos seguros cuando nos llegan cartas en las que se nos demanda o denuncia., y claro está, si somos nosotros los que tenemos intención de denunciar a alguién -persona física- o a algo-persona jurídica-. Si a todo esto le sumamos nuestro sacrosanto artículo 24 de la Constitución (todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la Ley, a la defensa y a la asistencia de Letrado), nos olvidamos totalmente de nosotros, de nuestro saber hacer, de defendernos. Las instituciones nos amparan, bien, pero a la vez nos hacen dependientes. En el pasado hemos dependido de las institucones religiosas para sobrevivir -Jacques Le Goff-, y en el presente dependemos de las instituciones políticas. "Si los hombres fueran angeles, ningún gobierno sería necesario. Si los angeles gobernasen a los hombres, no serían necesarios los controles internos o externos sobre el gobierno", nos dicen Alexander Hamilton, James Madison y John Jay en The Federalist Papers. Tienen toda la razón, y de paso justificar así la necesaria aportación de la casta sacerdotal política para el desarrollo de la democracia.
La España del siglo XXI necesita a un visionario como el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, y renovar el parque político español, que huele a cuerno quemado. La corrupción en nombre de la democracia cansa, no tenemos ganas de seguir costeando los disparates y desvaríos de unos señores que se han olvidado de por que están ahi dirigiendo nuestros destinos. Tenemos que reformar el sistema democrático, conseguir erradicar poco a poco la figura de los intermediarios, es decir, políticos, y hacer políticas más directas, más puras. No queremos que nos gobiernen los virtuosos, solamente queremos que allanen el camino para entregar al pueblo la democracia. No pido erradicar la casta política, ¡no! pero si reducirla, y sobretodo que sean gente preparada y realista. Es un triste espectáculo ver como nuestros represantes políticos encargan comisiones a expertos sobre cuestiones de aparente interés general, y luego hacen justamente lo contrario de las indicaciones de los peritos.

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